Y al niño de la chamarra bonita me lo dejaron solo, sin saber qué hacer, confundido, mientras veía al alcalde de Nuevo Laredo, Enrique Rivas Cuéllar, echarse un clavado lejos de la tarima y arrastrarse, mientras cinco hombres también se aventaron a proteger de las balas de alto calibre el cuerpo del señor presidente municipal.
¿Y el niño? Bueno, segundos después alguien se acordó de él y lo jalaron también para el suelo. Luego del alboroto, el alcalde corrió más rápido que Ana Guevara protegido por escoltas y marinos, subió a su camioneta y fuga. Mientras los niños, hombres, mujeres, personas de la tercera edad y medios de comunicación se quedaban ahí, tirados entre gritos histéricos, pensando lo peor en un evento público que pintaba para ser tranquilo.
Más tarde el señor alcalde, ya bien resguardado, dio un mensaje en redes sociales donde habló sobre el “lamentable hecho”, con una sonrisa nerviosa pero siempre con una actitud positiva. No pasa nada, hombre, solamente fueron unos balazos donde él fue el primero en correr.
Y sí, de cierta manera comparto el sentir del alcalde, porque así como él, está de risa que haya dejado al niño ahí, sin que haya tenido un gramo de sensibilidad para proteger la vida de un pequeño. Primero yo y luego los demás.
En un estado como Tamaulipas no se puede ser tan soberbio en asuntos delicados como éste, el de la inseguridad.
Y de cierta manera qué lamentable que tuvo que suceder un evento de peligro de este nivel para conocer la verdadera naturaleza de un gobernante, para que otros no copien lo que Rivas Cuéllar y mejor ayuden a proteger la vida de quienes están dedicados a servir.
Borre de su cara esa sonrisa que en nada ayuda, no haga como que no pasa nada, no trate de relajar o minimizar estos eventos calificándolos siempre como “hechos aislados”.
Señor alcalde: usted debió ser el último en irse de ese parque.